lunes, 17 de enero de 2011

Asamblea en Drârtrael

Cuatro largas noches tardó en llegar el mensajero desde Valassar hasta la ciudad vecina de Drârtrael. Fueron largas, con el frío calándose entre sus huesos, pero consiguió resistir y alcanzar finalmente la entrada. Debido a la dificultad del terreno, pues para acceder a su interior había que ascender por lo alto de una colina, sus fuerzas en el momento que dio a parar con los guardas apostados en la puerta, eran mínimas.
Aún así, con esfuerzo, consiguió mantenerse lo suficientemente firme como para pedir una audiencia. En este caso, el señor del castillo no atendía personalmente sus asuntos, salvo que se tratara de algo gravísimo. Y para éste, según lo que contaban las malas lenguas, los asuntos trascendentes solo eran todos los que le afectaban a él o a la ciudad de manera directa. Así pues, las esperanzas de verse cara a cara con Nutius, que era así como se llamaba, eran poco menos que mínimas. No obstante, siempre estaba la posibilidad de hablar con su hombre de más confianza, Ogïr, que según decían, eran quien se encargaba de los asuntos que su señor consideraba irrelevantes.
El mensajero dirigió unas palabras a los guardias en la que les expresaba el motivo de su llegada. Éstos, tras mirarse entre ellos de forma burlona, le dejaron pasar sin darle más importancia que la que solían dar a los charlatanes que deambulaban de un lugar a otro.
Una vez dentro de la ciudad, y pese a tener bastante hambre, fue directamente a donde se situaba el castillo. Los días le habían hecho mella, pero en la situación en la que estaban, no podía permitirse retrasarse más del tiempo del necesario. El futuro de la ciudad, y sobre todo su cabeza, dependían de ello. Atravesó varias calles hasta dar con el mercado principal, lo atravesó de extremo a extremo, olfateando sus variados pero no obstante dulces aromas, y luego giró a la derecha hasta encaminarse en la calle principal que le conduciría hasta la entrada de la fortaleza.
Mientras tanto, en la sala de reuniones de ésta, Nutius se encontraba manteniendo una discusión acalorada con varios de sus hombres. Entre ellos estaba el propio Orgïr.
—Un traidor entre nosotros, ¡Lo que me faltaba! —Gritó el lord, mientras asestaba un golpe a la copa de vino que había depositado momentos antes en la mesa, y la cual ahora rodaba por el suelo, seguido de las gotas de vino que se repartían de forma desigual.
—Mi señor —Habló uno de los hombres, quien se mostraba de pie frente a Nutius. Sus facciones eran propias de un viejo guerrero curtido en mil batallas. Su semblante, serio y frío como una roca—. Ahora que las acciones de Qasserir han ido más allá de una simple amenaza, es nuestro turno de demostrarles que nadie osa atacar a Drârtrael sin pagarlo con su vida.
— ¿Hablas en serio? —Respondió un segundo con un tono descorazonado. Y, al ver que el otro asentía añadió—. ¿Cómo podemos estar tan seguros de que han sido ellos y no alguien que nos quiere tender una trampa y provocar una guerra?
—Dadas las circunstancias —Interrumpió Orgïr - hay que barajar cualquier posibilidad, pero sin precipitarnos. Tu idea me parece apresurada Fraurka.
—Coincido con Orgïr —Habló el cuarto hombre, quien hasta entonces había permanecido en el más absoluto silencio—. Y también con Jharess. No sabemos quién ha sido ni con qué fin, así que lanzar un ataque ahora sin estar seguros es una temeridad.
—No obstante —Dijo Fraurka, mirando directamente a su señor—. El tiempo pasa, y si nos quedamos de brazos cruzados estoy seguro de que pronto irá a peor.
— ¡Silencio! —Cortó bruscamente Nutius.
El señor del castillo se echó la mano a su sien y se la frotó, permaneciendo en su silla con gestos propios de alguien que está enfurecido, pero sin agregar una palabra más a lo dicho. El cuarto entonces se lleno de un silencio sepulcral que tan solo resulto inquieto para Jharess, quien se mostraba preocupado por las posibles decisiones que iban a salir de la reunión. Después de un rato, más de lo que creyó necesario el consejero, Nutius finalmente habló.
—He tomado una decisión —Los ojos de los presentes se posaron sobre él de inmediato—. En dos días atacaremos Qasserir. Hasta entonces, tenéis tiempo suficiente para darme alguna razón que me haga cambiar de opinión. Ahora marchaos, quiero estar solo y meditar sobre lo aquí dicho.
Así lo hicieron los cuatro hombres, y uno a uno, abandonaron al lugar, hasta que la soledad fue su única compañera.

El mensajero finalmente llegó hasta la entrada del castillo, y como era de esperar, se topó con más guardias. Éstos, a diferencia de los anteriores, no le quitaban el ojo de encima.
—Identifícate —Habló uno de ellos con una brusquedad propia de un bárbaro.
—Soy Therebald, mensajero de Valassar. He venido por orden de mi señor Merogull para entregarle un mensaje a lord Nutius.
— ¿Y qué se le ha perdido a tu rey por estas tierras? —Preguntó el otro, sin disminuir el ofensivo tono de sus palabras.
—Ese asunto, sin ánimo de resultar pretencioso, no concierne nada más que a vuestro señor.
Los soldados, al oír esto, reaccionaron bruscamente y propinaron varios golpes a Therebald, quien cayó al suelo sin oponer resistencia. Al cansancio del viaje, ahora se le sumaba la hostilidad de las personas que se suponía que iban a ser sus aliados. El mensajero no consiguió levantarse de donde se quedó, pues en aquel estado poco podía hacer. Sintió como los escupitajos impactaban en su cara mientras las risas de los dos hombres rompían el hermoso canto de los pájaros, situados en los árboles que se repartían por el camino que había andado. Empero, la improvisada fiesta apenas duró.
Alguien se acercó a ellos desde el interior del castillo, o al menos eso es lo que le pareció a Therebald, y habló de forma tajante.
—Idiotas. Es un mensajero de Valassar.
—Mi señor, os pedimos disculpas pero...
—Silencio —Espetó el hombre—. Debería cortaros las manos por tratar así a un hombre que viene de tan lejos. Vamos, no os quedéis parados y levantadle.
Los soldados no protestaron. Levantaron de forma apurada al hombre y le pusieron de manera que quedara frente a la voz que había estado hablando. Ésta se correspondía a un hombre entrado en años, aunque no demasiado. El pelo no le caía por los hombros, pero aún conservaba el suficiente como para poder peinárselo. Era lacio, cano y se situaba en lo alto de una cabeza prominente. Tenía un rostro marcado por las cicatrices, de ojos oscuros y mirada pasiva. Su cuerpo era de complexión fuerte, protegido por una armadura negra, la cual apenas brillaba a causa del débil sol que bañaba con sus rayos todo el lugar.
El hombre de pelo cano pasó un pañuelo sobre la cara de Therebald y le limpió de las inmundicias que habían dejado los soldados. Éstos ni se atrevieron a hablar, pues sabía que podían colgarles por semejante cosa.
— ¿A qué has venido, mensajero?
—He... —Therebald tosió y volvió a empezar—. He venido desde Valassar para hablar con lord Nutius. He de entregarle... un mensaje importante.
—Me temo que eso va a ser imposible, pues él ha dado orden expresa de estar solo, y en estos momentos está indispuesto para atender cualquier clase de asuntos. Sin embargo, yo os atenderé en su lugar. Mi nombre es Orgïr.
El mensajero consiguió mantenerse en equilibrio por su cuenta y se inclinó levemente para saludar a quien tenía delante. Orgïr, además de ser consejero, llevaba la sangre de los nobles corriendo por sus venas.
—Venid conmigo.
Therebald siguió a su anfitrión a través del interior del castillo hasta llegar a la sala de audiencias, la cual se encontraba vacía. Se sentó tras recibir la aprobación de Orgïr y se deleito con sumo cuidado con los alimentos que éste había mandado a pedir para él.
—Tenéis que disculpar a mis hombres por trataros de esta manera —Orgïr inició la conversación—. Corren tiempos difíciles incluso aquí. Y ahora por favor, contadme el motivo de vuestra visita.
—Los hombres de las llanuras han atacado las Rocas Nocturnas hace unos cuantos días —contestó Therebald.
— ¿Es eso cierto?
—Sí, mi lord. Mi rey me pidió que entregara a Nutius, o a vos, esto —sacó del interior de su vestimenta una carta arrugada, y se la pasó a Orgïr con suavidad. Éste la cogió con sumo cuidado y rompió el sello con el mango de un cuchillo que extrajo de su cinturón. Luego la abrió y extrajo la carta que había en su interior, la cual empezó a leer con detenimiento. Al acabar se levantó. En su mirada no se notaba expresión de asombro ninguna. Desde luego, si las palabras que había impresas en la carta le habían impresionado, no se notaba en absoluto.
—He de hablar de este asunto con mi señor Nutius, y vosotros debéis descansar antes de partir de nuevo con nuestra respuesta. Así pues, os pido por favor que os quedéis aquí a descansar. Antes de mañana os entregaré una carta con nuestra decisión.
Orgïr realizó un gesto de invitación a salir y Therebald le siguió tras dejar los platos vació encima de la mesa, sin que se tuviera que preocupar de recogerlo. Su anfitrión le guió hasta una habitación, situada en el piso superior, y luego se marchó.
Therebald, pese a haber podido darse una vuelta por la zona, optó por descansar. Al fin y al cabo era lo que necesitaba y lo que quería. Y también era lo que menos problemas le iba a dar. Se tumbó en la cama sin ni siquiera desvestirse y cayó rendido al poco tiempo. Pese a estar preocupado por la inseguridad que le otorgaba el reponer fuerzas en un sitio que en parte le parecía hostil, y ser responsable de llevar semejantes noticias al señor del castillo, le pudo más el agotamiento.

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