miércoles, 26 de enero de 2011

Regreso a Valassar

A la retirada del consejero, después de permanecer un tiempo indeterminado escrutando los ojos del mensajero, siguió la de éste en dirección a sus aposentos. Había estado más tiempo del previsto allá arriba, y si Orgïr daba buena cuenta de ello probablemente le acabaría castigando por desobediencia. Eso como mínimo.
En su mente yacían frescas, como pinturas de reciente creación, las imágenes y la conversación que había tenido con aquel hombre. Sus ojos, detalle que no escapó a su mirada, aquella templanza a la hora de dirigirse a él e incluso la crueldad que parecía mostrar a veces a través de sus gestos o palabras.
Bajó las escaleras con sumo cuidado, asegurando de no atraer las miradas de los pocos hombres y mujeres con los que se encontraba. Todos parecían ir en la misma dirección. Siguió de largo hasta llegar a su cuarto, y una vez dentro y a salvo espero pacientemente a que Orgïr llamase a su puerta. ¿Tenía la obligación de hablarle sobre lo de Qasserir? Probablemente no. Alguien como él con tan valiosa información acabaría presentando un problema. Al fin y al cabo, era solo un mensajero. Qué más le iba a dar a su señor si a él le cercenaban la cabeza por hablar más de la cuenta. Mensajeros habría muchos. Tan solo era cuestión de tiempo a que alguien viniese a recoger la carta, si no la enviaban ellos antes con uno de los suyos.
Sea como fuere el caso, tenía que guardar silencio. Esperaría a que Orgïr le comunicase las noticias, eso sí lord Nutius no accedía a informarle personalmente, y se marcharía de allí lo más velozmente posible. Con todo lo que sabía ahora, iba a ganar bastante prestigio, de eso no cabía duda.
Dos golpes secos, casi seguidos el uno del otro, sacaron a Therebald de su ensimismamiento. Éste se sobresaltó. Luego se dirigió a la puerta y la abrió. Era el consejero Orgïr.
—Buenos días, mi lord —Therebald agachó la cabeza levemente en señal de cortesía.
—Mensajero… mi señor Nutius ya ha comunicado su decisión. Lamentablemente esta vez tampoco puede atenderos como es debido. Ruego aceptéis mis disculpas en su nombre.
—No os preocupéis mi lord. Lo comprendo —dijo, tratando de parecer que no le preocupaba lo más mínimo, pero lo cierto es que no era así. Le hubiera gustado ver al lord en persona y poder haber hecho un mejor análisis de la situación en la que se encontraban.
Orgïr sacó de su abrigo una misiva con el sello real de Drârtrael y se la entregó a Therebald. Éste la miró con detenimiento, como si esperara encontrar algo de más en aquel mensaje.
—Debéis marcharos ya —dijo Orgïr.
Therebald asintió sin dudarlo. Ya no tenía nada que hacer allí, o al menos así lo creía el consejero. Recogió sus pertenencias y fue escoltado por su anfitrión hasta la entrada de la fortaleza. Algunas miradas repararon en él por el camino, pero nada que representase algún hecho importante.
Una vez ya fuera, echó a andar hacia la salida de la ciudad para emprender el camino de regreso. En su interior, una parte de él quería quedarse un poco más en la ciudad, investigar algo más, poder obtener cualquier tipo de información complementaria que le ayudara en su informe. Si, definitivamente no iba solo a entregar una carta. Iba a reportar todo lo que había visto y oído. Y lo haría escudándose en aquel misterioso informante, el consejero cuyo nombre desconocía. No haber obtenido la identidad de aquel hombre le iba a representar un pequeño problema a la hora de exponerse, pero ya encontraría alguna solución en Valassar. Si se quedaba allí más tiempo, era probable que alguien se diese cuenta de su presencia y se hiciesen preguntas sobre él y sobre por qué seguía allí. Supuso que la información era demasiado importante como para no hacerlo.
Atravesó el mercado de punta a punta y acto seguido cruzó hasta la calle principal que daba a la entrada de la ciudad. Por delante le esperaban cuatro días a pie. El camino de vuelta, para su fortuna sería mucho más fácil de recorrerlo. Con el visto bueno de los guardias, finalmente abandonó Drârtrael en dirección a Valassar.
Ensimismado en ordenar las ideas para exponerlas ante su señor, no cayó en la cuenta de que no había sido el único en abandonar la ciudad en la misma dirección.

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