jueves, 20 de enero de 2011

Encuentro inesperado

Al asomarse el sol por el horizonte, Therebald abrió los ojos. Los rayos del astro se filtraban por la pequeña ventana que había situada cerca de su cama, cegándole por completo. Él apartó sus ojos de ésta y procuro centrarse. Lo primero que hizo fue hacer un rápido pero intenso repaso del día anterior, desde que había llegado hasta que se había ido. Luego, puesto en orden sus ideas, se levantó y se arregló como pudo.
Dudó acerca de si salir de la habitación o permanecer en espera a que le llamasen, pero finalmente la curiosidad y la impaciencia pudieron con él. Ahora con el día, tenía una visión perfecta de todo, así como los demás de él, y dado el encontronazo repentino que había tenido el día anterior con los guardias que le habían golpeado, lo mejor para él era vigilar adónde iba y con quién se topaba, no fuera a ser que se repitiese la misma historia, o incluso algo peor.
Abrió la puerta y salió al pasillo. A primera vista no había nadie por la zona, por lo que decidió echar a andar hacia su izquierda, que resultaba ser el lado opuesto a por donde vino, y ver qué encontraba. Atravesó el pasillo y dio con varias habitaciones, algo de decoración de mal gusto y unas escaleras que, supuso, conectaban con el este de la fortaleza. Nada que llamase su atención.
Decidió subir a los pisos superiores, a sabiendas de que los aposentos de lord Nutius y sus consejeros estarían en alguno de éstos, para echar un vistazo desde las almenas. Así podría contemplar desde arriba como era toda la ciudad. Si bien su información era asegurarse de que la carta le llegase al lord, quiso aprovechar para recabar algo de información sobre la situación en la que se encontraba Drârtrael. Lo mismo le era de ayuda a su señor Merogull, y de ser así, hasta cabía la posibilidad de que éste le considerara para elevarlo a una posición de privilegio por sus incontables trabajos. Así pues, tras ascender tres pisos desde donde estaba y dirigirse a los merlones, se detuvo frente a la puerta del torreón y desde allí oteó la ciudad. Desde arriba, resultaba más grande de lo que parecía en un principio. Para él, que era la primera vez que estaba allí, al menos así lo parecía.
Contempló con curiosidad la disposición de las murallas y de las casas y edificios que ocupaban todo el territorio de la fortaleza, y más allá de estos, los límites físicos que convertían a la ciudad en un sitio casi imposible de atacar. Las montañas escarpadas, y el sendero, el mismo por el que había venido, le convertían en un sitio idóneo para evitar los ataques enemigos.
—Es hermoso, ¿no crees? —La desconocida voz hizo que Therebald se sobresaltase sin remedio.
El mensajero se giró alarmado sobre sí mismo y se topó de frente con alguien que no le resultaba conocido. Un hombre de buen porte, de estatura media y complexión fuerte. Supuso que debía de ser otro de los consejeros, pues alguien con semejantes vestimentas, y armas, debía de formar parte del séquito de lord Nutius. Lo que más le llamó la atención de aquel sujeto, aparte de su imagen, eran sus ojos, cada uno de un color diferente.
—Os he asustado por lo que veo —dijo el consejero—. Disculpadme.
Therebald agachó la cabeza, tratando de disimular su apuro. Al último que esperaba encontrarse allí era a uno de ellos.
—Ruego me perdonéis, mi señor. Quería contemplar la ciudad y…
—Y has venido sin más autorización que tu propio juicio.
Therebald no replicó. No sabía que decir. Sabía que una mala contestación, en una situación como la que se encontraba, podría acarrearle severos problemas. El consejero, por su parte, se colocó junto a él y examinó de soslayo la ciudad.
—Eres el mensajero que ha venido desde Valassar ¿No es cierto?
—Así es, mi señor. Mi nombre es Therebald.
El consejero apartó su mirada de la ciudad y sus ojos se encontraron con los del mensajero.
— ¿Qué sabes del mensaje que has venido a entregar?
—No mucho mi señor. Tan solo sé que es una petición de ayuda formal para combatir contra los hombres de las llanuras.
Therebald tragó saliva. Realmente no sabía demasiado, pero daba la sensación de que aquella respuesta no convencía a la otra persona. Éste le estaba mirando con determinación, como si quisiera ver si estaba mintiendo. Y lo más desconcertante era el hecho de no saber por qué.
—Comprendo —replicó el otro mientras volvía a centrarse en observar la ciudad desde lo alto del lugar.
El sonido del viento tomó el protagonismo entonces. Desde las alturas la ráfaga de aire era apenas notable, pero lo suficiente como para sentir como corría en dirección transversal hacia donde miraban ellos. No obstante, el silencio no duró demasiado. Otra vez, el consejero volvió a hablar.
—Resulta curioso cómo después de tantos años Valassar vuelve a pedir ayuda para combatir. La última vez que acudieron a nosotros ni tu ni yo habíamos existido.
El mensajero no contestó. No quería resultar impertinente, pues había conocido por su cuenta las viejas batallas libradas hace mucho, y sabía de sobra de lo que hablaba.
— ¿Por qué crees que los hombres de las llanuras han atacado de nuevo? 
—No lo sé mi señor. Desconozco las causas que le han movido a atacar, pero pienso que sea lo que sea, ha de ser algo muy importante —tras decir esto, Therebald comprendió la osadía que había tenido al dar su opinión a alguien que podría cortarle la lengua perfectamente por decirle lo que pensaba con libertad en cualquier asunto
—Yo también lo creo así. Es más, me atrevería incluso a decir que sé la causa que les mueve a atacar justo ahora.
El comentario le cogió por sorpresa. Si de verdad el consejero podía tener una idea sobre los motivos que llevaban a los hombres de las llanuras a atacar, podría resultar una información más que valiosa. Bien sabía él que, en Valassar, los intentos por descubrir que había tras los planes de los bandidos eran confusos, sin llegar a resultados claros. Era tan solo un mensajero sí, pero si algo tenía el palacio es que los rumores y las habladurías se expandían como el fuego en un bosque.
—Estamos próximos a una guerra contra Qasserir, reino del norte situado a unos nueve días a pie desde aquí —prosiguió el hombre de lord Nutius—. Todo debido a un intento de asesinato hacia mi señor, el cual ha generado que haya tomado esta decisión. Lo cierto es que nadie se pone de acuerdo en las causas: unos dicen que el ejecutor provenía de allí, y otros en cambio opinan que ha sido un tercero quien intenta llevarnos a ambos reinos a la guerra para poder hacerse así con el control cuando los ejércitos estén debilitados. Yo soy de la opinión de que ha sido Qasserir, pero con la ayuda de alguien más.
Therebald enseguida encajó las piezas. Si Qasserir provocaba una guerra era probable que Drârtrael pidiese ayuda a los reinos vecinos. Y con los hombres de las llanuras atacándoles, estos se verían diezmados, por lo que ambos frentes se verían expuestos a un ataque sin remedio. Lo único que no encajaba era el hecho de que tanto Valassar como Drârtrael podrían contar con la ayuda de los demás reinos así como con los hijos de la mano para poder afrontar semejante problema. A menos claro está, que alguno de estos reinos estuviese implicado.
— ¿Creéis que los hombres de las llanuras y Qasserir están en el mismo bando? —Preguntó, pues la curiosidad pudo con su temor.
—Es probable. Eso explicaría por qué han decidido atacar a la vez de formas diferentes.
— ¿Y los demás reinos?
—Algunos de ellos ya no tienen trato con nosotros debido a la diferencia de opiniones entre Nutius y los demás gobernantes. No es difícil pensar en el hecho de que pudieran mantenerse al margen a cambio de no recibir ningún ataque por parte de fuerzas enemigas, o quizás incluso de que obtuvieran algún beneficio en la guerra.
Therebald dudó sobre si hacerle otra pregunta más, la última y más importante. Era atrevida, pero necesitaba saberlo. Necesitaba entender por qué alguien como él estaba recibiendo información que estaba reservada a los más altos mandatarios. Finalmente, reunió el valor de hacerlo.
—Mi señor, ¿Por qué me contáis todo esto?
El consejero giró la cabeza y sus ojos heterocromos se posaron nuevamente sobre los del mensajero.
            —Porque al margen de la decisión de lord Nutius y de lo que se te entregue, tu señor debe estar prevenido. Si las sospechas resultan ser ciertas, seremos testigos de la mayor guerra que tus ojos verán nunca.

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