jueves, 10 de febrero de 2011

La agonía del condenado

Voces. Gritos.
Aquellos ruidos trajeron lentamente a la realidad al maltrecho guerrero, quien poco a poco abrió sus ojos mientras tomaba el control sobre su cuerpo. Le dolían todos los huesos.
De fondo, y de manera cada vez más clara, le llegaron los gritos agónicos de las gentes, hombres y mujeres suplicando por sus vidas mientras el olor a carne quemada rezumaba en el ambiente.
Pronto cayó en la cuenta de que él era también un prisionero. En un intento de moverse comprobó, además de las cadenas que había visto con sus propios ojos, que el origen del dolor se debía a las múltiples fracturas que presentaban sus piernas y brazos, así como el abdomen y otras partes del cuerpo.
Presa del pánico quiso gritar, pero un sonido seco se ahogó en su garganta. Con ello, vino el dolor. Su mandíbula también estaba rota.
En un vano intento de controlarse y pensar con lógica, oteó a su alrededor en busca del motivo que le había llevado a estar ahí. Lo último que recordaba era haber perdido la consciencia durante la batalla de las Rocas Nocturnas. Y si estaba ahora ahí era porque habían caído, de eso estaba seguro. ¿Era ahora un prisionero de los hombres de las llanuras? Aquella sensación le estremeció lo suficiente como para intentar hacer un inútil movimiento de zafe, obteniendo un agudo dolor proveniente de sus destrozadas extremidades como respuesta.
Bajo la desesperación de aquel que está seguro, sin ninguna prueba, de que va a morir allí mismo, contempló cómo los hombres contra los que había luchado, aunque no tenía nada claro cuándo había ocurrido, se detenían y le observaban fugazmente con curiosidad.  Luego, donde quiera que se dirigiesen, siguieron su camino y le dejaron nuevamente en soledad. Pero, ¿Realmente estaba solo? Desde donde estaba no podía ver nada más que la entrada. Todo su cuerpo, aparte de herido, estaba inmovilizado, de modo que no alcanzaba a vislumbrar más que lo que la puerta de la habitación en la que supuso que estaba le dejaba ver. ¿Habría más gente con él allí? La duda le carcomió. Intento nuevamente lanzar un alarido, pero nada salió. En ese momento supo que de un modo u otro se había quedado sin habla.
Había sido entrenado desde pequeño para luchar y defender con su vida las Rocas Nocturnas, pero no había sido entrenado para el sufrimiento. Y mientras pensaba en ello, una nueva oleada de gritos retumbó por toda la estancia. Esta vez, provenían de más cerca.
Era un niño quien había gritado instantes atrás. Luego se hizo el silencio. El terror se apoderó de Ahbna, quien, pese a no poder mover casi su cuerpo, lo intentó con toda su alma. Pero sus extremidades le respondieron con un dolor agudo que le hizo derrumbarse ante el miedo y la frustración. Entonces, sin darse cuenta, notó dos lágrimas resbalando por sus mejillas. Era un guerrero, sí, pero era humano, y como tal, no quería morir.
Entonces abrió los ojos de par en par. La batalla le vino a la mente otra vez de forma más breve y fugaz, pero fue suficiente para hacerle pensar en un detalle importante. ¿Y su familia? ¿Y sus amigos? ¿Les habrían matado a ellos también? En el fondo deseaba que hubiesen huido hacia el sur en busca de ayuda, pero lo creyó poco probable. Y eso lo entristeció más. La tristeza de alguien embargado por el odio y por la desesperación.
Maldijo con todo su ser a aquellos magos indeseables. Les deseo maldiciones suficientes como para que durasen a través de las generaciones venideras. ¿Por qué habían hecho todo esto? ¿Por qué existían esos malditos hombres de las llanuras? ¿Quiénes eran?
Ninguna de esas preguntas pudo ser contestada. Pronto, tres hombres con aspecto de ermitaños y mirada sin expresión se adentraron en la habitación donde estaba él. Supo que iba a morir allí mismo.
Uno de los hombres murmuró algo a otro de los suyos. Era una voz incomprensible, arcaica pero suave y melodiosa. Una melodía que heló de terror al guerrero. Bajo aquella capa de dulce armonía se escondían unos ojos impasibles, mensajeros de tragedia y de muerte.
Uno de los tres sujetos se acercó hasta donde estaba Ahbna. Éste intento chillar, patalear, gritar y hacer y decir una decena de cosas al mismo tiempo, pero de nada le sirvió. El extraño le sujetó la cabeza y le hizo mirar firmemente a sus ojos. Y allí lo vio.
Vio el mismo infierno en esas dos pupilas grises que le miraban fijamente. Vio siglos de sufrimiento y terror en aquellos ojos. Vio la locura, el horror, la tragedia, todos y cada uno de los sentimientos de la oscura alma que se cernió sobre él.
Finalmente, sus ojos quedaron en blanco, junto con su cuerpo inerte. Bajo el poder de la magia oscura, Ahbna murió a mano de uno de los hombres de las llanuras.

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